martes, 13 de julio de 2021

Museo CYDT

  

 

 

Algunos poemas 

Renato Leduc 

 

"Que tus tensas pestañas no se alejen a la luz misma. Que si lágrimas viertes las recoja pañuelo gris, el paño de la bruma". 

Federico Cantú – Paris 1933




 

 

José Alvarado decía: 

 

 

¿Existe Renato Leduc?

El residente en París, amigo de André Bretón y  Benjamín Peret,

 dueño de secretos indios y comedor de vidrio; otra, por si faltara, la de periodista solitario alojado en una casa ruinosa, y no debe olvidarse la del poeta renegado.

 Vio la invasión de Hitler en París, lo despertaron los bombardeos nazis en Ámsterdam; Victoriano Huerta bebió tequila en su presencia, junto a un mostrador de  tienda de la colonia Santa María; Álvaro Obregón tomó café a su lado arrimado a la lumbre en un vivac; Plutarco Elías Calles le dedicó órdenes militares . Hizo de Moscú a Pekín un recorrido de nueve días en el Transiberiano, y un ingeniero soviético le preguntó acerca de John Reed, justo al cruzar el Volga. Se dejó perder en Shanghái; se aburrió de Bruselas; paso por Madrid; un caballereiro fue su amigo en Portugal.  Y antes, su estancia burócrata en la Secretaría de hacienda, como experto en sucesiones y legados.  ¿Cuál de estas consejas es la auténtica? Acaso ninguna. Cada cual corresponde a un personaje distinto, pero todos llevan el mismo nombre: Renato Leduc.


 


Algunos poemas 

 

Renato Leduc 

 

Pensamos que ya era tiempo de ser románticos

 y entonces confeccionamos un paisaje ad-hoc

 saturado del más puro idealismo 

y barnizamos la luna 

de melancólico color.

 

 adquirimos también 

una patria y un Dios

 para los usos puramente externos

 del culto y del honor.

 

(Vertimos por la patria medio litro de sangre.

comulgamos con ruedas de molino

 por el amor de Dios)

 

 Y al fin fuimos cristianos

 por esnobismo. 

Necesitábamos precisamente

 algún egregio sembrador de dudas

 y en un baile de máscaras

 la rubia Magdalena nos presentó a Jesús.




 

Y sucedió porque al atardecer

las pasiones jocundas acallaron

 su estentório fulgor de dinamita.

 Éramos mansos de corazón

 y la carne del cosmos era una

 estupenda belleza hermafrodita.

 

 Ah…….y teníamos una dama

 propia para el corazón.

Usaba las manos blancas

 un albo cuello de cisne 

y los ojos insolubles

 a la temperatura del alcohol .

 

Era una dama Capuleta

 hábil para charlar en el balcón.

 

Renato Leduc – Paris 1933





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