sábado, 23 de julio de 2011

Mateo Hernadez


Mateo Hernandez Paris 1926
Museo CYDT


Mateo Hernández en su taller, donde esculpió "La bañista"
Retrato de su mujer Fernande Carton Millet

ací en una familia de canteros y los primeros sonidos que escuché en mi vida fueron los del cincel al golpear la piedra. Mi padre esculpía monumentos funerarios y siendo yo aún muy niño, me entretenía jugando a ser como él, mis juguetes fueron los escoplos, lijas y cinceles.
Me gustaba acompañar a mi padre a la cantera, a elegir los bloques, recuerdo cómo me enseñaba a diferenciar unos de otros, cómo me dejaba elegir a mí, y cómo yo aprendí a ver la figura que escondían en su interior.


Montañas viejas, de las que salen las piedras para nuestras casas, para las fuentes de nuestras plazas, para las paredes de nuestras fincas, para los corrales de nuestros animales, y también…para el arte.

Mi vida, cambió mucho con los años, tras la muerte de mi madre me fui a Andalucía donde pasé un tiempo entre sueños de torero y realidades de picador en las minas, y terminé mis días en París, mi taller lo trasladé allí, a la finca de Meudon, allí me casé, desarrolle toda mi obra, las esculturas dejaron de ser funerarias para dar paso a retratos y animales, y en fin, a lo que más me gustaba, esculpir la vida.

Hoy que descanso en paz en mi pueblo natal, cerca de las canteras de mi niñez y mis esculturas se encuentran en los mejores museos del mundo, veo desde mi universo la dura lucha que continúa entre el trabajador de la piedra y la naturaleza, para arrancar los canchales de su corteza, como si la tierra se negara a dejarse extirpar un tumor por temor a la herida, sin embargo, después, esa tierra agradecida cobra vida donde una vez fue roca inerte.




Mateo Hernández Sánchez (Béjar, 1884-Meudon 1949) es uno de los escultores españoles más destacados de la primera mitad del siglo XX y uno de los más reconocidos fuera de España, fundamentalmente en Francia, gracias a su manejo de la "talla directa".
El 15 de mayo de 1912, Mateo Hernández tropieza con una joven francesa de dieciocho años, Fernández Carton Millet, diez años menor que él. Ella era una estudiante de magisterio, el un bohemio, mejor dicho un hombre solitario que consagra toda toda su vida a la creación del arte. Mateo y Fernández , desde aquel día, no volvieron a separarse hasta la muerte del escultor, salvo un paréntesis de catorce meses, que el picapedrero bejarano volvió a Salamanca.
En París entra en contacto con la bohemia y comienza a trabajar la talla directa en bloques de piedra. Su tema preferido son los animales, dada su especial psicología para su trato con ellos y también dadas sus dificultades económicas para conseguir otros modelos.
En 1920 en el Salón de Otoño de París consigue llamar la atención con varias de sus obras. Su Pantera es vendida al Barón de Rothschild por 60.000 francos -un precio desorbitado para la época-, lo que le abre la puerta de la fama y el reconocimiento.
Comienza así un período en el que el artista va a poder trabajar con mayor desahogo económico y confianza. A finales de 1923 adquiere un bloque de diorita de dos metros de largo y durante más de dos años trabaja sobre una de sus obras más conocidas, La pantera de Java, después llamada Pantera Kerrigan, que se encuentra en el Metropolitan de New York. La obra se expondrá en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París del año 1925. Con ella consigue el Gran Premio de Escultura y su consolidación como escultor.
Desde el año 1928, en que se instala en Meudon, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, transcurren unos años caracterizados por su consagración definitiva como escultor. En la extensa finca de Meudon, el escultor va a realizar las obras de mayor tamaño, la escultura monumental que durante años había estado soñando.
El Museo de Artes Decorativas le dedica una exposición, entre febrero y marzo del año 28, que supone el reconocimiento oficial a su obra, que se verá sancionado con la concesión en 1930, por el presidente de la República Francesa, de la Legión de Honor. La exposición, que raramente se dedicaba a un artista no nacido en Francia, lograba unir gran variedad de obras. El catálogo lo prologó René-Jean (consultar también la página en francés René-Jean), crítico de arte que siguió su obra desde sus primeras exposiciones. Años más tarde, con la exposición realizada en Nueva York, su obra adquiere resonancia universal.



El 25 de noviembre de 1949 fallece en Meudon. Será enterrado en Béjar, en medio del más completo silencio institucional. Debido a su republicanismo manifiesto y su escaso catolicismo, el traslado de sus restos a España -en pleno nacional-catolicismo- y su posterior entierro en Béjar estuvieron rodeados de retrasos y silencios oficiales, frente a la expectación y el orgullo de su pueblo natal.

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